Entre familia nos cuidamos
- Nohemí Fernanda

- 27 jun 2022
- 12 Min. de lectura

Se escuchó un balazo cerca de la puerta del cuarto. Miguel salió disparado de su colchón dejando a Alisa tumbada en la cama con las piernas abiertas. Se miraban, pero sentían los corazones al galope y Miguel cómo su erección bajaba cada vez más.
—¿Oíste eso? – Le preguntó a su conquista de esa noche, y de todas las últimas noches del mes.
Alisa lo ignoró. Prefirió empezar a vestirse rápidamente para poder volver a casa más pronto.
—¿¡Oíste o no!? – repitió Miguel ya molesto, pero era para ocultar sus propios nervios, el miedo.
La mujer solo asiente con la cabeza mientras se abrocha el brasier con dificultad y se pone la blusa al revés, pero no le importa, solamente quiere salir del cuarto.
—Me abres, por favor. – Ordenó sin mirarlo a la cara. – Como si no supieras que eso de los balazos sucede diario aquí en esta colonia. Ya estoy harta de que siempre sea así, Miguel. Oyes un ruido y sales volando sin importar… Sin importar nada. Deberías dejar de hacer estupideces y ponerte a trabajar, así volverías a la normalidad.
Miguel se levanta del suelo donde estaba lloriqueando por dentro, obviamente no iba a dejar que su amante lo viera vulnerable. Era un hombre y los hombres no temen, no lloran y menos, van a pedirle consuelo a la conquista sexual en turno. Conduce a Alisa a la puerta, la deja salir y no se despide, regresa a su cama. Se da cuenta de que está en pelotas y decide vestirse, por lo menos ponerse el calzón y se tumba en la cama a pensar.
Esa misma noche se oye otra detonación cercana. Miguel se despierta envuelto en las sábanas, sudando y está jadeando del susto, ya no era normal sentir tanto miedo. Llevaba 3 meses asaltando personas en la calle, subiéndose a los camiones a maltratar al pasaje hasta que le dieran lo que quería. Hace poco asaltó un Oxxo a las 3 de la mañana y no sintió miedo, pero todo cambió cuando habían escalado de nivel, cuando sus “panas” quisieron ir a robar casas de la colonia aledaña.
Cuando amaneció, Miguel se vio en el espejo y decidió que hoy no quería salir temprano a la calle, no quería ir a ver a sus compinches y tampoco ir a casa de su madre. Honestamente sólo quería estar acostado en su cama, dándole vueltas a lo que había sucedido con Alisa e intentando idear una estrategia para poder conquistarla y que aceptara salir a fumar un porrito o echar el palo alguna vez.
Cada vez que se quedaba en silencio su mente, venían las imágenes de lo sucedido, los estruendos, los gritos, las paredes rojas, el corazón saliéndosele del pecho; intentaba evitar a toda costa procesar lo que su memoria le obligaba a ver cuando cerraba los ojos, parecía que sería imposible que algún día lo olvidara, aunque lo intentara con fervor.
Al caer la noche y después no haber comido, ni bebido nada, decidió salir a comprar algo. En la calle se encontró con Chucho, que estaba mojando una estopa en una botella de thinner que seguramente se había robado en la comex de las cuadras siguientes. Aunque intentó no cruzar miradas, Chucho se le acercó con familiaridad y le extendió la mano que sostenía la mona.
—No seas joto y dale, no te vi en todo el día y es lo menos que puedes hacer por tu carnalito.
Miguel lo miró con asco y decidió seguir su camino a la tienda de más abajo, pero Chucho lo seguía, aunque se diera cuenta que apretaba el paso para evitarlo.
—Ya, Mike. No te hagas el que todavía tiene traumas por lo de la semana pasada. Ya vas a querer ir a terapia o te vamos a tener que encerrar con los loquitos. Eso sí, ca’ón, ni se te ocurra ir de hocicón porque te va a salir el tiro por la culata, con nosotros o la bebes o la derramas. Si nos carga a todos, también a ti. – le dijo Chucho mientras aspiraba todo el olor de su estopa y daba pasos agigantados para alcanzarlo.
—Nadie va a decir nada, ya déjame en paz. No he tragado y vengo de malas. El negro dice que cuando me enojo, desconozco. Mejor no le busques, Chuchin, igual no salí sin mi Lupe. – dijo Miguel mientras se tocaba la parte trasera del pantalón.
Siguió su camino sin molestias, llegó a la tienda y pidió unas donas, una coca, unos cigarros montana de 20 y unas papas. No pagó, sabía que en esa tienda le rendían respeto y preferían dejar que se llevara todo lo que quisiera con tal de no lidiar con la Lupe que tenía escondida y que varias veces había salido a saludar al marchante.
Regresando al cuarto donde vivía, se encontró afuera al Negro, al Pelos y al Yanqui. Al verlos, sonrió forzadamente y se preguntó para sus adentros ¿por qué alguien dejaría que le pusieran de apodo “El pelos”? Levantó la cabeza en forma de saludo y el Negro, que era el jefe, se acercó efusivamente a abrazarlo. Era un hombre alto, gordo y por supuesto, muy moreno. Estaba pelón y tenía tatuada la frase “EL BARRIO” en la frente; usaba anillos y una cadena de oro como para amarrar una bicicleta, anclada al cuello.
—¿Qué pasó, mi Mike? Dice mi Alisa que ayer estabas lloriqueando por las balitas que estuvimos aventando, hasta me la dejaste mal servida, mi carnal.
Miguel miró al Pelos y al Yanqui, les abrió la puerta de lámina y les indicó con la cabeza que entraran al cuarto. En realidad, era un pequeño espacio de lámina y madera, anexo a una vecindad, se lo quitó a un viejillo que vivió como 30 años ahí. Estaba orgulloso porque le había puesto su toque personal; unos posters de mujeres encueradas que arrancó del periódico, las primeras balas que salieron de su Lupe pegadas a la pared y él le había puesto una entrada anexa al baño de la vecindad, para que pudiera hacer sus cosas sin necesidad de darle la vuelta a todo su predio. Tenía un colchón al que le llamaba cama, con dos sábanas y un sarape, que también le robó al viejo y bueno, estaba fuera de su casa familiar, entonces estaba orgulloso.
—La neta, ayer si le fallé a Alisa, pero pensé que estaban aventando tiros aquí afuera. Clarito pensé que venían por mí o que iban a ser puercos. – dijo Miguel mientras le tomaba a su coca.
—Bueno, ¿y entonces?, ¿Pa’ cuando se arma la que sigue? – dijo el Pelos con bastante entusiasmo.
Miguel le dio un trago a su Coca y se metió dos donas a la boca. Sabía que se referían a cuándo iban a robar otra casa de nuevo. Escuchó a lo lejos que ellos hablan y se ponían de acuerdo para atacar el siguiente inmueble, tenían fotos y direcciones de varios prospectos que parecían ser el ideal. Mientras hablaban de estrategias y de lo que utilizarían para llevar a cabo su plan, Miguel no escuchaba, estaba perdido en sus pensamientos y memorias.
Recordó cómo llegaron a la casa, la calle era muy formal, tenía casas grandes y parecían de lujo. Precisamente por eso les había llamado la atención, llevaba 3 días vacía y todo el tiempo tenía las luces del porche encendidas, lo que les dio el indicio de que se habían ido de vacaciones y era le momento exacto para poder entrar. Tenían más o menos medidas las horas en las que los vecinos se dormían, dejaba de haber movimiento en la calle y los locales más cercanos estaban cerrados. Todo era perfecto para moverse, todo parecía hecho a la medida.
Esa noche se encontraron fuera del cuarto de Miguel, tomaron dos motos y los 4 emprendieron el viaje de 10 minutos a la colonia de enfrente, vieron la casa por fuera. Era mejor que en las fotos, ventanas grandes, cortinas de seda, el enrejado tenía garigoleado, algunas flores hechas con herrería profesional. Había espacio para varios autos, una puerta de madera y muchas, pero muchas plantas. Se bajaron de las motos y dieron por hecho que no había nadie, eran las 3:23 de la mañana.
El pelos brincó el enrejado y se fue directamente a la parte trasera de la casa donde se encontraban los switches de la luz, los rompió todos y se guardó los fusibles para que no pudieran conectar de nuevo la luz, por si había alguien dentro o algún vecino abusado se sentía valiente. En la parte de enfrente, el negro y el Yanqui forzaron la reja y la seguridad hasta que esta cedió y se abrió la puerta. Los honores de romper la puerta de madera con una patada, fueron de Miguel, además era su estreno, su primer robo a casa.
Al entrar en la casa, la estancia era muy cómoda, una sala de cuero de color blanco, una pantalla plana empotrada a la pared de unas 80”. En medio de la sala, una pequeña mesita que tenía libros y revistas de decoración y de cultura popular. Detrás de la sala se veía un antecomedor de cristal, las sillas eran de barrotes, pero tenían cojines muy gorditos que se miraban desde la puerta y un camino de mesa que en medio tenía un jarrón con flores frescas.
A Miguel le llamó la atención que las flores fueran del día, ya que según había estado la casa sola desde hace 3, pero no se lo comunicó a nadie. Volteó a su derecha y había un retrato familiar, un padre bonachón, una madre super delgada y feliz, un joven de 15 años y una niña de 8 aproximadamente. Le dio tristeza ver esa foto, era lo que siempre había añorado, una familia feliz, unida y perfecta, pero él solo tenía lo roto, lo imperfecto, lo que ya no se podía arreglar. En ese momento lo invadió una furia inexplicable.
Los compinches estaban buscando el dinero y objetos de valor. El Pelos entró por la puerta principal y les dijo que él y Miguel subirían a ver lo “bueno” de la planta alta. Al subir las escaleras de caracol que daban dos vueltas, Miguel vio que algo pequeño se movió en el espiral y le dijo al Pelos que se callara, que había alguien arriba. El Pelos sacó una pistola quién sabe de dónde, empezó a apuntar hacia arriba, pero no lograba enfocar nada en la oscuridad.
Terminaron de subir las escaleras de madera y al llegar al hall del segundo piso, se dieron cuenta de que había unas bolsas y maletas en el medio, tenían una nota encima:
“POR FAVOR, LLÉVENSE TODO. ES LO QUE TENEMOS DE VALOR, PERO NO NOS HAGAN DAÑO.”
El Pelos empezó a esculcar entre las bolsas y encontró fajos de billetes, cadenas y aretes de oro, plata y todos los metales que había visto en la tabla periódica alguna vez. Mientras seguía, dentro encontró una pistola, parecía un revólver muy bien pulido, brillante, estaba completamente cargado y nunca se había usado.
—Vamos a abrir los cuartos, Mike.
—Ya nos dieron todo en las bolsas, Pelos. Mejor ya vámonos.
—No seas maricón, aquí nada más nos dieron lo que quisieron, seguramente tienen más y no nos lo quieren dar. Además, si se detienen, podemos usar esta belleza. – dijo mientras acariciaba el revólver que encontró en las maletas.
Al abrir la primera recámara de las cuatro que había, se encontraron con un cuarto de visitas. Las camas sin usar, el ropero sin ninguna prenda dentro y los cajones vacíos, esto lo supo Miguel, porque el Pelos iba abriendo todo a diestra y siniestra sin importarle nada. Decidieron ir al segundo cuarto.
En la segunda recámara, encontraron el cuarto del hijo, no había indicio de que hubieran usado la cama, pero el clóset estaba entreabierto. Miguel se acercó y lo abrió, al fondo vio a la niña escondida que le hacía la señal de silencio con el dedo en la boca. Por alguna razón, Miguel obedeció y empezó a sacudir la ropa, a abrir los cajones sin mirar nada, agradeciendo que no fue el Pelos quien abrió el clóset.
Se movieron al cuarto de a lado y esa era la recámara de la niña, ahí la cama estaba destendida, encontraron joyitas para niña, de oro, las empacaron. Encontraron zapatos y ropa cara que también se llevaron porque podían venderlos o regalárselos a alguien. El pelos se acercó a la cómoda de la niña y abrió los cajones de uno en uno hasta que encontró el cajón de la ropa interior…
Miguel observaba a su compañero mientras abría las cajas de zapatos y se sorprendía por la cantidad que una niña de 7 años tenía en su clóset. Supo la edad porque había un retrato en el buro que decía “Mis 7 primaveras” y la niña del clóset se veía exactamente igual a la del retrato. Cuando giró su cuerpo para decirle a su compañero que salieran al último cuarto, lo encontró con el miembro de fuera y frotando un calzón de la niña sobre el mismo. Sintió asco y coraje, tanto que no pudo contenerse y se le fue encima a golpes, perdió el control y en el momento en que reaccionó, había dejado inconsciente al Pelos en el suelo. Sacó la navaja de la bolsa de frente de su pantalón y le hizo un corte en el pene. Podía ser un ratero, pero tenía hermanas y nunca iba a querer que les hicieran lo mismo.
Cuando se incorporó y volteó, el Negro y el Yanqui estaban en el marco de la puerta del cuarto, no tuvo cómo justificarse. Solamente se dio cuenta que, tras ellos, muy detrás estaba la niña, se había salido del clóset por todo el ruido. Al momento en que sus ojos se dirigieron a su carita, los otros dos voltearon y la vieron. La tomaron de los cabellos y la aventaron a los pies de Miguel.
—¡¿POR ESTA ACABAS DE CORTARLE EL PITO AL PELOS?! – gritó el Negro.
Detrás de ellos apareció la mujer de la fotografía de abajo con un bat, golpeó en la cabeza al Yanqui y lo hizo desmayar. Pero el Negro reaccionó más rápido y le disparó entre los ojos. Su cadáver cayó muerto a un lado del cuerpo desmayado del Yanqui. La niña se acercó a su madre y comenzó a sollozar, dejó un rastro de orina mientras se acercaba.
Pareciera que todo esto había hecho molestar tanto al Negro, que tomó a la niña de las axilas y la tumbó en su cama. Le arrancó el pantalón de su pijama, se sacó el miembro erecto y lo metió dentro del cuerpo de la niña. Gritó, se llenó de sangre y éste no paró hasta dejarle sus fluidos dentro y después volteó y miró a Miguel, que estaba llorando en posición fetal en el suelo del cuarto.
—Esto lo provocaste tú, ahora mátala. ¡MÁTALA Y ASÍ SABRE QUE ERES PARTE DE NOSOTROS! Ni creas que se me olvida que es la primera y para que después vayas de hocicón, también tienes que embarrarte las manos. ¡MÁTALA MIGUEL! O todo lo que le hice, te lo hago a ti.
Entre sollozos y con las piernas temblando, Miguel se levantó con el revólver que el Pelos había tomado. Miró a la niña inconsciente en la cama, desnuda y llena de sangre. Nunca había matado a nadie, había robado, había quitado, amenazado, hasta había disparado, pero nunca había matado a nadie, mucho menos a una niña.
—¡QUE LA MATES, MARICÓN!
Miguel quitó el seguro del revólver y sin pensarlo, le disparó al cuerpo tendido de la niña. De lo demás ya no se acuerda. Sólo que regresó a su cuarto y se la pasó llorando toda la noche, viendo la cara de la niña dentro del clóset, las paredes llenas de sangre, de la madre, de la niña, de el pene del Pelos, de la virginidad usurpada, de la inocencia interrumpida. Cada vez que cerraba los ojos, veía a la niña señalándole que se callara. Cada vez y cada vez lloraba más. Desde ese día al oír un disparo, salía corriendo a esconderse. Desde ese día supo que había roto todo signo de humanidad en su interior, desde ese día ya no supo más de él y de lo que había sido.
Al otro día salió a tomar el aire por la tarde, caminando encontró en un puesto de periódicos.
“Ciudad de México: -MASACRE EN LA CALLE CIRUELA. ASESINAN DE UN DISPARO A LA MADRE Y VIOLAN – ASESINAN A UNA NIÑA DE 7 AÑOS… El padre y el hijo se encontraban en el hospital, debido a que el primero estaba recibiendo tratamiento por cáncer”.
Miguel sintió cómo la sangre se le heló, eran los sucesos de la madrugada anterior. Sabía que él había estado ahí y lo único que podía recordar en ese momento, era la fotografía de la entrada de la casa. La familia feliz, perfecta y completa que siempre soñó. No era perfecta, ya no estaba completa y mucho menos iban a ser felices y todo eso lo había provocado él. Si tan sólo no hubiera mirado a la niña, si tan solo no hubiera golpeado al Pelos, si tan sólo…
Al final Miguel tenía 17 años, no sabía nada de la vida. El hermano de esa niña podría ser su hermano, la niña podría ser su hermana, podría haber sido su madre, su padre y pudo ser él y ser su casa. Todos los remordimientos lo acechaban, lo corroían por su mente, por su cuerpo, por su miembro, por sus manos que habían tirado del gatillo. Se imaginaba el cadáver frío de la niña, lleno de semen que no debía estar ahí, lleno de sangre de su madre y de ella misma.
En ese momento Miguel volvió a su cuerpo y escuchó que alguien le dijo “¿Entonces sí, Mike?”
Miguel no sabía ni quién le habló, ni qué le preguntaron, pero asintió. En ese momento sus compinches lo levantaron de su colchón y lo subieron a una moto, le dijeron las instrucciones para entrar a la nueva casa prospecto. El Negro lo miró y le dijo:
—Ahora nosotros somos tu familia, ca’ón. Nos cuidamos entre nosotros, no la vayas a cagar otra vez.
Rompieron la seguridad de la casa en la calle de Platanares, al ingresar y después de 15 minutos, se oyeron detonaciones, se oyeron gritos y la casa que era blanca por dentro, al amanecer estaba llena de sangre. En el periódico al otro día se leyó:
“Ciudad de México – MUEREN 4 ASALTANTES EN ROBO HABITACIÓN A MANO ARMADA. Se presume que el más joven de los asaltantes asesinó a sus compañeros, para después pegarse un tiro. Los cadáveres fueron encontrados en la recámara de las niñas que habitaban la casa. No se tienen más datos de los asaltantes. Los habitantes de la casa están sorprendidos, pues el joven asaltante protegió a la familia, antes que a su propio grupo”.




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