MUCHAS FAMILIAS DE TANTAS
- Nohemí Fernanda

- 16 oct
- 7 Min. de lectura

ADVERTENCIA:
Las reuniones de la Asociación de Edificios con Traumas Anónimos (AETA), tiene lugar en la colonia “Santa Inés”, en la sección de Azcapotzalco se presenta en un terreno baldío por la calle 16 de septiembre. Todos los jueves una serie de edificios se reúne para contar las historias anónimas de sus habitantes, éstos no precisamente tenían que notar las reuniones, pues se llevan a cabo en la madruga.
En estas reuniones se habla de la vida interior de los inquilinos, si pagaban renta o no, si eran higiénicos, si cuidaban las instalaciones; pero también se contaba la vida cotidiana de los mismos, pues, así como los humanos, los edificios también deben ir a terapia.
Nos concentraremos en dos predios en específico Duraznos 17 y Alcanfores 85, pero se encuentran relatos de otros espacios puntualizados en los alrededores de la ciudad. Los inquilinos de estos dos edificios, los han dejado traumados. Las cosas que se contaban dentro de este grupo en específico, se recopilan en una serie de relatos que encontrarás más adelante, sin embargo, es necesaria una advertencia.
SÍ TÚ QUE ESTÁS LEYENDO ESTO, RECONOCES A ALGUNO DE LOS PERSONAJES, DEBES PROMETER EN VOZ ALTA QUE NO DIRÁS ABSOLUTAMENTE NINGUNA DE LAS INTIMIDADES AQUÍ CONTADAS, PUES LA "AETA" PUEDE BUSCARTE Y ENCONTRARTE POR ANDAR DE HOCICÓN.
RECUERDA: SON DE AZCAPOTZALCO Y POR AHÍ UNO DEBE ANDARSE CON CUIDADO.
(Los nombres, calles y números fueron cambiados por seguridad de los personajes (y mía).
ALCANFORES 85. Interior 8
Dulce y Chava se conocieron cuando muy jóvenes. Se veían de lejos, pero ninguno de los dos se hablaba al otro. Dulce venía de una familia católica bastante conservadora y, aunque siempre fue coqueta, nunca fue bien visto que estuviera de "loca" con los muchachos. Tenía una hermana llamada Tamara, la cual, después de sufrir un intento de abuso sexual, nunca volvió a ser la misma.
Dulce veía a Chava cuando venía a ver a su padre, ya que sus padres eran divorciados y él vivía en la Santa Julia con su mamá. Se echaban miradas a escondidas, pero en realidad ninguno daba el paso, y los años transcurrieron así, más o menos hasta que Chava un día apareció con una mujer cerca de él y una panza de embarazo de aproximadamente seis meses.
A Dulce se le rompió el corazón y decidió que se quedaría solterona para siempre. En ese entonces salía mucho con su hermana a todas partes, compartían mucho y se llevaban bien. Siempre se notó que Tamara era mucho más madura que Dulce y muy hecha a ayudar a su casa, por gusto, por poder darles y disminuir las carencias que usualmente tenían. Se dedicó a los estudios hasta que se tituló de Lic. en Contabilidad por la UNAM y, a su vez, Dulce, que no era muy buena para la escuela, pero de algo tenía que servir, se ingresó a un curso de puericultura, donde aprendió el cuidado de los niños y rápidamente consiguió trabajo de ello en un kínder.
Tamara veía desconsolada a su hermana de vez en vez, pero no dejaba de verla salir con varios muchachos. Hasta vio el riesgo de que se comprometiera con un joven bastante guapo, pero por alguna razón, todos los hombres siempre dejaban a Dulce a punto de dar el paso. Nunca comprendió por qué, hasta muchos años después.
No fue sino hasta una fiesta del 15 de septiembre que toda la familia estaba reunida, y entre ellos los vecinos fueron invitados. Ahí estaba el papá de Chava, que era muy afín con el padre de Dulce y Tamara. Dulce, en el fondo, esperaba que don Rafael hubiera invitado a su hijo y apareciera, así fuera con mujer y con el bebé en cuestión. Sólo quería verlo una vez más.
La noche iba transcurriendo y no había señales del susodicho, pero a la par pasaron cosas que nadie se imaginaba. En uno de los cuartos de la vecindad donde habitaban, Tamara se encontraba recogiendo y juntando la basura, hasta que entró el tío Paco, borracho. Se sentó a admirarla. Tamara era una mujer de 1.75 cm y era la más bonita de las hermanas, pero era muy malencarada y de carácter fuerte. La mayoría tenía miedo de acercársele; era caderona y con mucho busto. Era muy parecida a Eduviges, su madre.
Cuando el tío entró, vio cómo se movía y el vestido de bolitas se deslizaba de un lado a otro con cada movimiento que Tamara hacía. Entonces decidió lanzarse sobre ella. Se quitó el cinturón y se bajó el pantalón, repegó su miembro contra la vulva de Tamara y dejó su secreción seminal en ella. No hubo penetración y, para esos años, eso no podía ser tratado como abuso sexual. Tamara se levantó y se limpió la secreción y las lágrimas. Algo ardió en su garganta y entonces se volvió de la manera en la que es hasta ahora. Subió muchísimo de peso, se ocultaba detrás de una chamarra negra enorme y su carácter se endureció de una manera terrible. Nunca nadie preguntó qué fue lo que le sucedió. Pareciera que todos dieron por hecho el cambio, pero nunca la razón.
Volviendo a la fiesta, dieron aproximadamente las 9 p.m. y Dulce no encontraba a su hermana. Entonces decidió irse a sentar a una mesa sola y, mirando a la puerta sin perder de vista, llegó un punto en el que se estaba quedando dormida. Cuando eso pasaba, se vio la silueta del susodicho. Entonces sintió un revuelo en el estómago que la hizo ponerse de pie y, sin importar lo ridícula que se veía, empezó a avanzar hacia él y lo saludó. Chava llegó solo y estuvo casi toda la noche platicando con Dulce, mientras bailaban y compartían pedacitos de su vida. La velada se desarrolló como una película romántica para ellos.
Los días pasaron para las hermanas. Sin embargo, una tenía más luz en la cara que la otra. Nadie le preguntó nunca a Tamara por qué siempre estaba tan de malas, por qué le daba tanto asco que se le acercaran los hombres, por qué empezó a vestir completamente de negro y por qué cubría todo su cuerpo con una chamarra invernal larga. Subió de peso, endureció su gesto, dejó de lado las sonrisas y su risa particularmente escandalosa se perdió. Terminó la universidad y comenzó a trabajar, pero cada vez que se subía al transporte eran constantes ataques de ansiedad. Si alguien se le quedaba mirando, sentía que el mundo se le venía abajo. Con mucho miedo y falta de aire volvía a casa y se ponía a llorar en su cama. Y así le pasó desde los 23 años hasta ahora, a sus 47 años.
Por otro lado, Dulce era la más feliz del universo. Chava iba a ver a su papá y traía consigo a su nieta. Dulce los saludaba a ambos y muchas veces cuidaba un ratito de la niña mientras Chava se desocupaba. Los años pasaron y, aunque el interés estaba ahí, no había un paso por el lado del joven. Y es que lo que Dulce no sabía, es que aunque él estaba separado de su mujer, aún estaba casado.
El ultimátum llegó como era de esperarse. Dulce, a sus 27 años, no se estaba haciendo más joven y, a pesar de no ser la más bonita de las hermanas, era la más agradable y tenía varios pretendientes. Lo que empezó a significar que estaba buscando salir al mercado y no precisamente iba a regresar sin el mandado. Dulce amenazó a Chava y le propuso que era todo o nada: que si no se divorciaba, ella iba a conseguir otro pretendiente que sí quisiera correr los riesgos. Ante todas las implicaciones, la amenaza persistió un par de semanas, semanas que Chava no apareció, lo que le rompió el corazón a Dulce y decidió comenzar a salir con otras personas. Al final, clavo saca a otro.
Semanas y casi tres meses pasaron. Un día iba saliendo de su casa, se encontró al abrir la puerta de la vecindad a Chava, con un anillo, un ramo de rosas y el acta de divorcio.
Podría decirse que la vida culminó como un cuento de hadas, pero las cosas darían un giro inesperado. Las leyes mexicanas cambiaron y, con eso, el derecho de las puericultoras a ser maestras de kínder. Dulce perdió su trabajo desde hace aproximadamente 20 años y decidieron que se quedaría siendo ama de casa. Los años pasaron y los gastos se aumentaron. El número de hijos aumentó a dos y también perdieron la vivienda en la vecindad. Llegaron a vivir a un edificio color crema, mohoso, y no sólo llegaron los cuatro integrantes de la familia: llegaron dos más (Eduviges y Tamara). Estas dos integrantes aportaban dinero para el departamento, al igual que Chava, pero Dulce empezó a consentir demasiado a sus hijos. No eran buenos en la escuela y, a pesar de no ser mala cabeza, gastaban mucho más de lo que se podía administrar.
Los años pasaron y los sueños se fueron truncando. Chava estaba acostumbrado a hacer mecánica con su padre, pero terminó en una plaza de limpieza en el IMSS. Tamara era una contadora en un despacho que la dejaba trabajar desde su casa y no tenía que enfrentarse a los terrores profundos de salir a la calle. Eduviges, que se había dedicado a la costura toda su vida, recibía la pensión gubernamental y la casa apenas se sostenía. Los abusos económicos de Dulce y sus hijos empezaron a minar la forma de vida de los seis. Los hijos, tan inconscientes en su propia realidad, querían lujos y vivían como mantenidos y sin ayudar a su casa. Se volvieron mini sanguijuelas, pero bueno, al menos no habían salido con domingos sietes o con sorpresitas. Al menos eso decía Dulce.
La abnegada mujercita se la pasaba juzgando al mundo y era conocida por ser la chismosa de la colonia. Su vida se basaba en estar hablando de los demás y las imprudencias que cometía en público. No era algo que le preocupara mucho.
Rafa parecía que tenía una amante, cuando en realidad sólo estaba harto y aburrido de su situación, fastidiado y en plena crisis de la mediana edad, con hijos de casi 20 y 24 años sin hacer nada de su vida, con una mujer que exige más de lo que da y viviendo en un departamento de 20 mts cuadrados, ¿qué más iba a hacer? Consiguió una amiga por mensajería y Dulce, un día al ver los mensajes, estaba dispuesta a divorciarse. Sus hijos casi lo desconocen, toda la familia estaba muy molesta con él. Pero bueno, 25 años juntos no se dice fácil y perder a la única fuente de ingresos constante en el hogar no era una opción.
Hasta la fecha siguen felizmente casados. Chava tiene 60 años, es jubilado y todos los días sale a trabajar en su carcacha para mantenerse ocupado. Dulce no ha cambiado y la situación de Tamara empeoró con los años. Eduviges sigue estando plena y tratando de aportar en lo más que puede, viendo con desdén a su hija mayor por no valorar todo lo que logró. Y a sus casi 90 años, no se cansa y aún tiene una sonrisa para quien la saluda.
El departamento de 20 metros cuadrados ha funcionado para 4 personas y 2 parásitos, y así seguirá siendo, hasta que las cosas den otro giro inesperado.




Comentarios