MUCHAS FAMILIAS DE TANTAS
- Nohemí Fernanda

- 31 ago
- 7 Min. de lectura

Las reuniones de la Asociación de Edificios con Traumas Anónimos (AETA), tiene lugar en la colonia “Santa Inés”, en la sección de Azcapotzalco se presenta en un terreno baldío por la calle 16 de septiembre. Todos los jueves una serie de edificios se reúne para contar las historias anónimas de sus habitantes, éstos no precisamente tenían que notar las reuniones, pues se llevan a cabo en la madruga.
En estas reuniones se habla de la vida interior de los inquilinos, si pagaban renta o no, si eran higiénicos, si cuidaban las instalaciones; pero también se contaba la vida cotidiana de los mismos, pues, así como los humanos, los edificios también deben ir a terapia.
Nos concentraremos en dos predios en específico Duraznos 17 y Alcanfores 85, pero se encuentran relatos de otros espacios puntualizados. Los inquilinos de estos dos edificios, los han dejado traumados. Las cosas que se contaban dentro de este grupo en específico, se recopilan en una serie de relatos que encontrarás más adelante, sin embargo, es necesaria una advertencia.
SÍ TÚ QUE ESTÁS LEYENDO ESTO, RECONOCES A ALGUNO DE LOS PERSONAJES, DEBES PROMETER EN VOZ ALTA QUE NO DIRÁS ABSOLUTAMENTE NINGUNA DE LAS INTIMIDADES AQUÍ CONTADAS, PUES LA "AETA" PUEDE BUSCARTE Y ENCONTRARTE POR ANDAR DE HOCICÓN.
RECUERDA: SON DE AZCAPOTZALCO Y POR AHÍ UNO DEBE ANDARSE CON CUIDADO.
(Los nombres, calles y números fueron cambiados por seguridad de los personajes (y mía).
ALCANFORES 38. Interior 4.
La Güera llegó de Toluca a Azcapotzalco, un diciembre del 2019, puso un puesto de "garnachas" afuera del metro Aquiles Serdán y se dedicaba todos los días desde las 6:00 am hasta las 4:00 pm a vender fritangas para la gente que pasaba. Poco a poco empezó a hacerse de más clientela y no era para menos, todo el mundo halagaba el sazón con el que cocinaba, la atención con la que servía a sus clientes y finalmente todo el mundo comenzó a adorarla.
Conforme empezó a hacerse de comensales asiduos, también sobrevivió a la pandemia y mantenía a sus 3 hijos con los que vivía en un cuarto de vecindad a unas cuadras del metro, la gente jamás sospechó que tuviera algo de malo ser como ella, tan trabajadora y dedicada a su familia. De hecho, así fue por 2 años, hasta que en el 2022 conoció a Ricardo, un hombre casado, de 30 y tantos años, que tenía una familia, pero se volvieron amantes. Básicamente la ayudaba a ir a la central a conseguir sus insumos, así como a ir por los niños a la escuela, a darles correctivos como si fuera su papá y básicamente a tomar el papel del "hombre de la casa" en la vida de los cuatro.
La Güera no puso límites al amor que sentía por él, fue así que decidieron abrir una cocina económica una calle atrás de donde vivía. Una accesoria con entrada doble, un espacio para poder cocinar y el otro para poder atender a la gente. No era precisamente su sueño, pero sabía que eso le daría mucho más dinero de lo que, ya de por sí, le daba el puesto en el metro.
Las cosas parecían ir bien, su hija la mayor estaba en tercero de secundaria, sus hijos pequeños en tercero y cuarto de primaria y aunque ninguno estaba de acuerdo con la relación de su madre, decidieron que, o apechugaban o básicamente se volverían los enemigos de su madre, que ya de por sí no les hacía mucho caso desde la llegada de Ricardo. La que más reclamaba era Natalia, su hija la mayor, gritaban de vez en vez dentro de la casa y los reclamos iban desde ser hija de un hombre diferente a sus hermanos, por ser pobres, por tener que trabajar en el puesto con ella, aún cuando ellos ya hacen bastante con ir a la escuela y por sobre todas las cosas, tener que fumarse al fulano con el que ahora mantenía una relación.
La Güera hacía caso omiso a las quejas de sus hijos, de las observaciones que sus conocidos le hacían, que ser amante de un hombre casado nunca sale bien, que debería prestar más atención a sus hijos, que su hija la mayor estaba entrando en la edad donde si se le descarriaba, difícilmente la iba a poder recuperar; pero decidió que nada de eso era tan importante si ella se sentía bien con lo que tenía.
La vida dio muchas vueltas, pero la más fuerte fue cuando la cocina económica, en la que había invertido casi todos sus ahorros no funcionó, básicamente rentaba el espacio como bodega y como el lugar donde cocinaba todo lo del negocio del metro, pero nunca rindió frutos como local en donde la gente llegara a consumir comida. Los gastos empezaron a ser mayores que sus ingresos, la preocupación de no tener ni con qué pagar la renta, la vida misma se le estaba saliendo de las manos, pero recordemos que siempre iba a tener a su Ricardo, o al menos eso pensó...No fue hasta que un día, aproximadamente a las 8 pm, llegó una mujer malencarada, un poco andrajosa y como todos la llamaron después "una vieja de vecindad" y fíjate el cliché, porque se adentró a la vecindad donde vivía la Güera y parecía que olía dónde vivía, al grado en que la puerta retumbó y con ellos gritos de "roba-maridos", "puta", "desgraciada", "rompe-hogares", llegaron acompañados con el huracán de emociones que era esta mujer y llegó la patrulla, llegó Ricardo, la Güera tenía la nariz ensangrentada, sus hijos estaban en un rincón del cuarto con una cara de signo de interrogación, pero al insertarse en el escenario, Natalia simplemente le dijo "Tú tienes la culpa de todo lo que nos está pasando" y no, no fue hacia Ricardo, fue directamente a la cara de su madre.
Las cosas siempre pueden ponerse peor y eso lo sabemos todos, lo que sucedió después es que Natalia entró en la edad donde, justamente, su madre no pudo encontrarle retorno. Empezó a relacionarse con el sujeto que trabajaba en la carnicería, un chamaco de 16 años, llamado Brandon. Estos dos encontraron la curiosidad de descubrir el cuerpo, recorrerlo con sus lenguas y también con sus manos y no de una manera sana y agradable, pues varias veces Brandon intentó abusar de ella; restregándola en las paredes de la calle, metiendo sus manos debajo de la falda del uniforme escolar, metiéndola detrás de los coches para empinarla y simular tener sexo. Casi todas las ocasiones Natalia terminaba llena de secreción, de semen y de saliva por todas partes y ella en el lugar de sentir la incomodidad, se sentía oronda frente a sus amigas por todo lo que pasaba.
A la par, la Güera vivía plenamente feliz siendo la amante de Ricardo, hasta que un día se le propuso algo que llamó su atención: Y si nos mudamos juntos?, te llevas a tus hijos, nos hacemos de un departamento más grande y podemos compartir nuestro espacio al fin, sin mi mujer, sin tus preocupaciones, sin nada. La mujer accedió, se fueron a vivir por la colonia Las Trancas, un departamento de 2 recámaras, donde los 3 hijos tenían su cuarto, casi no tenían los muebles y a la larga, cualquiera podía darse cuenta que ya se había descuidado mucho el puesto de garnachas, casi todo lo había delegado en sus 2 asistentes, casi nunca salía de casa y empezó a darse cuenta que su vida se había vuelto estar como el ama de casa soñada, (o no), que había pedido su libertad, que estaba escondida, que todas sus motivaciones se estaban yendo por a borda y obvio, sus hijos no volvieron a ser su prioridad.
Mientras tanto, su hija conoció a varias personas en su secundaria que la orillaron a dejar la escuela, empezó a trabajar de mesera en el restaurante de mariscos del mercado del centro. De igual manera, sus hermanos comenzaron a tomar malos pasos, encontraron las drogas y el alcohol, aún siendo niños. La vida les empezó a atravesar de una manera en la que nadie se preocupaba por ellos, al final, si su mamá no se preocupaba por ellos, por qué alguien más lo haría.
Poco a poco iban regresando menos a casa, hasta que un día su madre salió a las 4 am y dejó encerrados a los tres dentro de sus cuartos, les dejó comida preparada en el refrigerador, la casa casi limpia y sus mejores deseos. La Güera había conocido a un marchante en el mercado, le propuso dejar a su amante e irse a Estados Unidos a ganarse la vida, ya después volvería por sus hijos. Decidió que eso era lo que quería, dio el depósito con el pollero que los cruzaría, delegó todo el puesto del metro a una de sus asistentes, dejó la comida preparada y se fue, sin decirle nada a sus hijos, sin considerar nada más que el deseo de salir huyendo de esta vida que poco le gustaba y tanto conocía.
Pasó una semana, los niños consumieron toda la comida, pasó otra semana y ya no tenían productos para la limpieza, la basura estaba creciendo de una manera deplorable, la ropa se estaba acabando y no había lavadero o lavadora cerca. Hasta que un día los tres niños decidieron que su madre no iba a volver, que estaban encerrados y nadie los iba a buscar.
Gritaron por las ventanas hasta que los vecinos escucharon lo que estaba sucediendo, llamaron a la policía y esta historia pudo haber terminado como el ideal, pudo ser idílico y los niños encontraron un familiar que se hiciera cargo de ellos, que pudieran ser queridos como nunca nadie los quiso, pero no. La realidad fue que los niños entraron al sistema gubernamental y el DIF se hizo cargo de ellos, Natalia decidió que al tener casi la mayoría de edad, estaría trabajando y consiguiendo la vida por su propia mano, ya que su padre no quiso reconocerla.
Pasaron los meses, mucha gente perdió el rastro de Natalia, aunque había continuado con su vida como mesera en el restaurante de mariscos, pero de repente desapareció, de los niños nadie volvió a saber, pero un día por la noche, Natalia fue encontrada vendiendo su cuerpo por $300 pesos la hora, con falditas que le tapaban solamente un cachito de rabo, y usualmente salía en brasier.
La vida pareciera que no fue justa con ninguno de los niños de la Güera, fueron abandonados por su madre, fueron dejados en la calle sin que nadie supiera qué sucedía con ellos.
Al final, ellos tampoco supieron qué sucedió con ellos.




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