EXILIO
- Nohemí Fernanda

- 27 nov 2024
- 8 Min. de lectura
Este texto es especialmente para todo quien se sienta identificado.

El exilio es comprendido como la huida del lugar de pertenencia por causas sociales, económicas, políticas y este puede ser forzado o voluntario; pensaba mientras analizaba que el ejercicio de “LA HUIDA” es vista desde escenarios macro, usualmente, en situaciones políticas donde un grupo de personas es obligado a desplazarse de su lugar de origen a otro por violencias ejercidas por grupos enfrentados, quizá por el control del espacio o conflictos de la misma índole. Me preguntaba qué pasa con esos pequeños exilios de los que no estamos acostumbrados a hablar, qué pasa cuando esas huidas o desplazamientos se ven forzados en la vida del individuo común y corriente, como tú y como yo.
Una de las prácticas que tendía a hacer en mis clases, (antes de ser obligada a exiliarme del ámbito educativo), era hacer a mis alumnos pensar la Historia como algo micro y después entenderla como algo macro. Se podía oír en mis aulas la pregunta “¿Todos aquí vivimos el sismo del 2017?, pues fulano, no lo vivió igual que sultana; así como alguien de la CDMX, no lo vivió como alguien en el epicentro”. La interpretación de la vivencia o historia con minúscula, es lo que le da esa esencia a la Historia y eso sólo por hablarlo desde mi propio ámbito, pero este es la historia del cúmulo de mis exilios.
Desde hace un tiempo no toco este blog, una parte fue por miedo y otra por comodidad. El abrir mis sentimientos o vivencias de manera abismal a un público pequeño, pero conocido, es de las cosas que a veces más asustan. Bien dicen “pueblo chico, infierno grande” y eso fue lo que sucedió. Se dice que en la literatura el autor no puede escribir de lo que no conoce y de qué otra cosa iba a escribir yo, sino de mí misma. La brecha entre la interpretación y la preocupación, abrió universos en los cuales la validación familiar, (más a fondo, el de mi madre), trajo problemas de autocrítica e inseguridad a los que no estaba preparada para enfrentarme. Vi en el juicio externo la herramienta para lastimar y llegar a fondo a las heridas más expuestas en los textos anteriores.
El dolor provocado por el auto-exhibicionismo o mejor dicho en palabras más familiares “mostrar tus debilidades al público”, hizo que me ensimismara en una censura que me obligó a alejarme de la escritura. Se me dijo que el exponer mis textos de la manera en que lo hacía, era visto como la ventana a los problemas o al alcantarillado familiar y personal del que nadie quería hablar. Más bien pienso que nadie quería sentirse incómodo y señalado como una omisión en un texto que cualquiera, menos ese infierno pequeño, pudiera consultar.
El arrancarme de tajo de la escritura trajo consigo muchas vertientes de mí, que me hubiera gustado desconocer, la crisis de “para qué sirvo sino es para escribir cuando estoy al límite y cómo lidio con las cosas si no es de esta manera”, me llevó a sumirme en una depresión de la que no he encontrado salida. Busqué la validación en el escenario equivocado y puse en boca de los demás la capacidad de poder tocar a dos o tres de mis lectores con mis textos, en el juicio familiar y ahí inicia el primerio de mis exilios y fue obligarme a salir del espacio literario por miedo a ser descalificada, por destapar mi propia realidad, justo ese día conocí la pérdida y nunca estuve preparada para ello.
Hannah Arendt señala que uno de los éxitos para la propagación del totalitarismo es el infundir miedo en todos los individuos que le rodean al sistema, en este caso yo era mi propio sistema totalitarista en mi realidad y me llevé al límite con tal de creer que mi espacio seguro era encerrarme en mi propia voz interna, esa voz que sólo decía “sólo sabes equivocarte, sólo sabes ser un fracaso”. El miedo que le tuve a perder algo, como lo hice con mi propia voz literaria, era algo que me juré no volver a experimentar, pero el destino me tenía preparado algo diferente.
No mucho tiempo después de dejar la escritura y sepultarla como esos hobbies que tienes por ratos y los dejas porque “ya no te gustaron tanto”, conocí la docencia y vaya, me sorprendió tanto la pasión que puse en ello. A través de la enseñanza conocí a personas maravillosas, contextos, pensamientos y dejar una pequeña parte de mí en cada uno de mis alumnxs. Esa propagación del conocimiento y el poder tocar a alguien, no sólo con la memorización de acontecimientos y el análisis de cuentos que aborrecían, sino con crearles un criterio y una voz, era algo que disfrutaba muchísimo.
A lo largo de casi dos años pude acercarme a diferentes personas de diversas edades y hacer como que los marcaba con mi discurso progre de la educación horizontal: ”Aquí ustedes aprenden de mí y yo aprendo de ustedes”, les decía. Siempre – he de confesar – aprendí más de todxs ellxs y dejaron más huellas en mí, de lo que yo alguna vez dejé o dejaré en alguien. La docencia me abrió las puertas a conocerme desde el ojo de todos aquellos que se sentaban a escucharme por dos o tres horas sobre los temas que tenían que memorizar para su examen de acreditación de alguna institución y se atrevían a conocerme haciendo preguntas personales, que, en lo particular, me encantaba responder.
Crear un vínculo de pertenencia con cada aula, con cada alumnx, con cada tema, hizo que encontrara un espacio seguro del cuál, también me vi forzada a salir y es que como en todo cuento de hadas, siempre llega el antagonista y destruye todo lo que toca. Por juegos macabros del destino y la desalineación de los astros, la remuneración a mi labor hizo que saliera de este lugar para caer en un pleito burocrático y terminar boletinada de toda actividad docente.
Buscando entre mis posibilidades otro lugar de pertenencia y como siempre, buscando aferrarme a la más mínima esperanza de que mi fantasma de la Navidad pasada dejara de acecharme, encontré mi lugar en las relaciones de pareja. El complejo de salvador y maternar al de al lado, como si no fuera ya suficiente lidiar con la cantidad de imberbes decisiones que había tomado en el pasado, pues me enamoré de una persona del trabajo y rompí todas esas reglas invisibles, pero ciertas de la sociedad en la que dicen: “NO TE RELACIONES CON ALGUIEN DEL TRABAJO” y yo lo hice dos veces.
Conocí a una de mis parejas mientras ejercía la docencia y aunque lo increíble es efímero, con la docencia se fue el amor y con la falta de amor, llegaron los pleitos, las ausencias, el debraye de si el sexo es suficiente para sostener una relación atravesada por la depresión y la desesperación de llevar tres meses sin encontrar trabajo. El hastío y la costumbre llevo al intercambio de sentimientos por lo nuevo, por algo que me hizo sentir refrescante y vista. Yo era alguien detrás de todos los problemas que me achacaba y tenía debido a la falta de trabajo, encontré un lugar de pertenencia en un call center, repitiendo un mismo discurso al que me sometía a diario y enamorándome de alguien que no me iba a dejar nada bueno.
Encontré en ese edificio de dudosa índole, a un grupo de personas que me hizo sentir cobijada y protegida, claro, después de venir de un entorno tan violento como lo fue mi salida de la docencia. Encontré otro espacio al que pertenecía, personas que puedo llamar amigos, hasta una paternidad falsa y ese sentimiento de pertenencia que había perdido desde que dejé de hacer lo que tanto me gustaba; hasta que un día, por creer que esa pertenencia y ese cuidado a lo que importa era recíproco, perdí el lugar que tanto había idealizado en mi cabeza y me quedé completamente sola y con la espalda de varias personas en las que había decidido confiar. Como dijo José Emilio Pacheco “esa clase de laica religiosidad, acaba siempre en la propagación del ateísmo”. Me perdí nuevamente, el amor, la docencia y el trabajo, dejaron de ser el ancla que me tenía atada a la pertenencia que tanto necesito para vivir, había sido exiliada y escupida a la forma apátrida de vivir en mi propia vida. No tenía a dónde ir, no tenía ese sentimiento de amor a lo que hacía, no tenía voz o voto, simplemente quedaba el pensamiento y el hacerse responsable de las decisiones que tomé desde hacía muchos años.
Y es que no era que mi mamá me hubiera obligado a dejar de escribir, fue mi miedo. No fue que los dueños de las escuelas me hubieran obligado a dejar de enseñar, fue mi necesidad de mejorar mi entorno y economía; no era que el amor que le tenía a mi pareja me hubiera obligado a dejar de amarlo, fue mi hastío y mi afán de controlar mis relaciones; no fue que mi amante me hubiera enamorado a su convenir, fue que yo no quise ver las señales de que sólo era eso, algo efímero como lo son las aventuras amorosas.
El hacerme cargo de las decisiones en las que yo misma me había inmiscuido, trajo consigo un sinfín de culpas, un sinfín de reclamos y una infinidad de lágrimas y llanto. Mucho drama para el fantasma de la navidad presente y que me llevó a preguntarme en terapia, entre lágrimas y kilos de moco “¿por qué le doy tanto peso a mis relaciones y al trabajo?, ¿por qué no sólo puedo fluir como los demás y no sentir que lo pierdo todo cuando, algo que me hace sentir tan bien, se va?” y mi psicólogo dijo “hay preguntas que nacieron para nunca ser respondidas o que responder nos llevaría la vida indagar por qué las cosas son como son”.
Entendí que indagar en ello era algo que tenía que hacer y obsesionarme con la respuesta, hasta llevarme a somatizar mis emociones en enfermedades físicas, empezó a ser muy ilustrativo. ¿Qué pones en juego ante la huida obligatoria en los espacios que llamas “seguros”? No, no era estabilidad, básicamente encontré en mí misma que la falta de coordenadas a las que me había impuesto con todos los exilios a los que me obligué a atravesar, no era más que miedo. Miedo al juicio, miedo a la imposición, a no pertenecer, a no ser amada como yo amo, a perder el control de todo lo que me rodeaba, a perder todo lo conocido y anclarme de los ápices de felicidad que tenía momentáneamente fungía como la rosa de los vientos en mi vida, prolongarlos o forzarlos a ser eternos, es lo que conlleva al dolor que hoy siento.
El exilio más grande que he tenido que pasar, fue el perderme a mí misma por la propia imposición del terror al que yo me sometí con mi propio pensamiento, con la concepción de que, si no era aceptada por mi familia, no era nada. Mi exilio fue desaparecer de situaciones donde la pérdida de alguien o algo era una posibilidad, ver a mis familiares envejecer y enfermar fue uno de los acontecimientos más dolorosos, fue algo que quiso arrastrarme de nuevo a aquí, a lidiar fuera de lo idílico. Huir de la necesidad de ponerse frente a la muerte y preguntar cuánto falta para que mis seres queridos empiecen a ser parte de ella y no de mí, era algo que quería evitar. No podía ser más egoísta, exiliarme de la realidad para no tener que lidiar con ella y yo no necesitaba de sustancias para lograrlo, bastaba con ponerme detrás de la coraza del miedo y del abandono para no tener que lidiar con eso.
¿Quién se había abandonado, sino yo misma en el afán de no lidiar con nada? ¿Quién era sino yo, quien se sometió a todos estos exilios por dejar la esencia de sí? Y fue así que comprendí que la escritura es mi medio y es la forma en la que te puedo hacer saber esto. Hacerte saber que regresé y tal vez no para siempre, pero sí hasta que las palabras me alcancen, hacerte saber que aquí es donde pertenezco y aquí es de donde nunca debí de haber salido. Regresé del exilio a la tierra que siempre pertenecí.
BIENVENIDX DE NUEVO.




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