HOY VOY A CAMBIAR
- Nohemí Fernanda

- 6 jul 2022
- 5 Min. de lectura
A la Cagona Star, no existe, pero está en mi corazón.

—Güey, pero le gusta que le den por el chiquito y siempre anda diarreica al otro día. – dije mientras me atacaba de risa.
—No chingues, Selina. Eso no puede ser un cuento, nadie escribe esas guarradas.
—De verdad que sí. Además, el libro lo agarré de tu casa, Despachador de pollo frito[1], hasta lo tienes firmado, güey.
—Ah, no me acordaba. ¿Y si está bueno?
—Te estoy diciendo que sí, carajo. Pinche librazo. ¿Quién fuera como la “Cagona Star”?, la neta se rifa mucho más que yo y eso ya es decir bastante. Porque mi estilo es perrrrr-fec-to. – dije mientras me tocaba las pestañas que recién me había pegado en la mañana.
Fernanda y yo éramos roomies desde hace tiempo, nos conocíamos cuando yo todavía era hombre. Digo, todavía me cuelga, pero desde hace mucho me lo pego con cinta y santo remedio, deja de estorbar y yo puedo hacer mi vida normal como Selina y como he sido Selina desde los 14.
Me corrieron de mi casa a los 16 cuando me encontraron dándome un beso con Julián en el cuarto de mis papás. Julián era mi primo, pero lejano, no creas que vivo en Monterrey o algo así. Después conocí a Fernanda en ese mismo semestre de la prepa y como sus papás sabían mi situación me invitaron a vivir con ellos.
Siempre he sido responsable de lo que hago, entonces entré a trabajar a un McDonald’s para poder correr con una parte de los gastos en la casa de mi amiga, además de poder empezar a ser libre. Nunca supe si los papás de Fer estaban incómodos conmigo, pero siempre me trataron como una hija más, siempre me cuidaron y me consintieron como si yo fuera parte de la familia. Era feliz por primera vez.
Fer quedó huérfana a los 19 y con eso, el departamento donde vivíamos, se volvió nuestro. Bueno, de ella, pero yo también vivía ahí y ya sabes, gastos compartidos y demás. Ella era mercadóloga, sepa Dios lo que es eso y yo preferí estudiar diseño gráfico, pero me salí casi al final de la carrera cuando encontré un trabajo de asistente de dirección en una aerolínea. Lo que me gustó es que me dejaban vestirme de falda todos los días, parecía una aeromoza delicada y perfumada a diario. ME VEÍA DI-VI-NA. Lo único asqueroso era tener que estar en el metro, ir en el vagón de mujeres soportando la mirada por mi cuerpo tosco, por mis facciones masculinas y porque creen que las vengo morboseando. O peor, ir en el vagón mixto y ver como todos los hombres me ven como un fenómeno, como si no perteneciera a ellos, pero tampoco a una mujer, entonces te repegan el pito a ver si te da asco o ya de plano, te agarran una nalga para ver si son de verdad. ¡ES UN FASTIDIO! Soy una mujer, una más como cualquiera. Diría mi Lupe D’Alessio: “Porque soy mujer como cualquiera, con dudas y soluciones, con defectos y virtudes. con amor y desamor, suave como gaviota, pero felina como una leona”. ¡Aaaaaah, cómo me matma esa rola!
—Me voy a bajar hasta barranca para pasar por una torta de chilaquiles. ¿Vas a llegar temprano? – le dije a Fer que venía dormitando con la cabeza colgada.
—Si, te veo a las 7 en la casa. – tomó sus cosas y se bajó apresuradamente porque ya estábamos en Tacubaya.
Me quedé sentada viendo mi teléfono: “Carlos Rivera es joto, pero se acaba de casar.” “Raúl Araiza sale del clóset.” “Murió Susana Dosamantes”. No mames mi Pau debe estar destrozada. “Murió Fernando del Solar.” “Pedro Sola suple a Paty Chapoy.” Qué pendejadas hay en Facebook.
Estaba bloqueando mi celular cuando siento que alguien toma mi chongo de azafata sexi, con toda su mano y me grita: “SALTE PINCHE JOTO ESTE ES EL VAGÓN DE MUJERES”. Me revoloteó todo el chongo y me lo deshizo. Me levanté para salirme, ya estaba acostumbrada a estas cosas y siempre era lo mismo. Mejor me pasaba al vagón mixto, igual ya eran sólo 4 estaciones.
Antes de que pudiera bajarme, la mujer me tomó del brazo y me dio una cachetada que me tiró al piso del vagón. Todas las demás sólo miraban, pero nadie se levantó a hacer algo. Me incorporé, siempre fui alto y con plataformas más, me puse en modo a la defensiva y sólo la miré con odio.
—¿Me vas a pegar, putito? Ándale, tócame y ahorita te carga la chingada, pinche rarito. - dijo la mujer con tanto odio.
Sólo la miré mientras me bajaba, nunca he entendido cómo es que alguien te puede tener tanto odio si ni siquiera te conoce. Cómo por qué ese afán de atacar a lo que les incomoda. Da igual, me moví del vagón al mixto, recogí mis piernas en el asiento y empecé a peinarme otra vez. Los hombres me miraban, tenía senos de silicón, la espalda ancha. Las piernas y el culo gordo, pero era bonita, mi nariz respingada, mis ojos grandes. Sí, tenía el mentón cuadrado como cualquier hombre, pero no me veía mal. Mi cabello era café claro y tenía mechas de color rubio, mis uñas tienen esmalte semipermanente color nude y siempre estaba bien maquillada y arreglada. No entendía por qué nadie podía aceptarme como mujer, si yo hace mucho me había aceptado como una.
Decidí no sostener la mirada de todos los que venían dentro del vagón. Justo en Mixcoac, terminé de arreglar todo lo desaliñada que había quedado. Y vi de reojo que sólo había 3 hombres al otro lado del vagón y yo. El tren estaba haciendo cambio de dirección y se quedó apagado durante unos minutos entre el túnel y la estación, en ese momento pude ver cómo se acercaban a mí. Los tres venían cuchicheando, me veían las piernas y me recorrían centímetro a centímetro. Tragué saliva y decidí pararme frente a la puerta, empecé a sudar frío porque sabía lo que significaba.
La verdad, no recuerdo mucho de lo que pasó. La estación estaba vacía, el tren se tardó mucho en acomodarse, todo estaba apagado. Los hombres se me acercaron, me arrancaron la falda, me patearon las rodillas, me tiraron al suelo y se pusieron a golpear mi estómago; me quitaron el chongo que recién había arreglado y cada vez que intentaba incorporarme, me pateaban la cara. Maldije las plataformas que traía, pues me impedían ser ágil. No era corpulenta, pero siempre impuse porque mi tamaño no era pequeño.
Cerré los ojos y pensé en la “Cagona Star”, los apreté fuerte y recordé cuando los papás de Fer me acogieron en su casa, cuando me sentí perteneciente, libre y feliz. En un momento recordé a Fernanda enojada, viendomé a través del espejo de su cuarto y me preguntó:
—¿Por qué quieres ser mujer? No ves que el mundo está jodido y tú tienes la ventaja de tener respeto e integridad, ¿Y QUIERES SER MUJER? – azotó la puerta de su cuarto y se fue. Yo me quedé llorando porque nunca lo supe, no sabía por qué quería ser mujer, no sabía por qué es tan incómodo ser hombre, por qué nunca pertenecí ni a mi propio cuerpo.
Próxima estación…Barranca del muerto. Hoy lo entendí, no sabía por qué quería ser mujer, pero estaba segura que no quería ser como los imbéciles que me dejaron tirada en el vagón. No quería ser la mujer que con tanto odio, me sacó del vagón a madrazos, mucho menos quería ser Julián o Bernardo, como me llamaba antes. No quería ser tú, que estas leyendo esto y sintiendo lástima por mí:
Pobre Selina, eso le pasa por querer ser trans. Pobre Selina, si tan sólo no hubiera provocado con tanta parafernalia. Pobre Selina, la encontraron muerto en Barranca del muerto.
No quiero ser un maldito estandarte de la lucha por los derechos trans, de los feminicidios, no busqué ser un mártir, mucho menos un icono. Quería ser yo, pero tu odio y el del mundo, me dejaron, (para que no te incomode más), muerto en un vagón del metro.
[1] Carlos Velázquez, Despachador de pollo frito, ed. Sexto Piso, México, 2019.




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