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MUCHAS FAMILIAS DE TANTAS

  • Foto del escritor: Nohemí Fernanda
    Nohemí Fernanda
  • 21 ago
  • 5 Min. de lectura
Relatos de la Asociación de Edificios con Traumas Anónimos - AETA.
Relatos de la Asociación de Edificios con Traumas Anónimos - AETA.

ADVERTENCIA:

Las reuniones de la Asociación de Edificios con Traumas Anónimos (AETA), tiene lugar en la colonia “Santa Inés”, en la sección de Azcapotzalco se presenta en un terreno baldío por la calle 16 de septiembre. Todos los jueves una serie de edificios se reúne para contar las historias anónimas de sus habitantes, éstos no precisamente tenían que notar las reuniones, pues se llevan a cabo en la madruga.
En estas reuniones se habla de la vida interior de los inquilinos, si pagaban renta o no, si eran higiénicos, si cuidaban las instalaciones; pero también se contaba la vida cotidiana de los mismos, pues, así como los humanos, los edificios también deben ir a terapia.

Nos concentraremos en dos predios en específico Duraznos 17 y Alcanfores 85, pero se encuentran relatos de otros espacios puntualizados. Los inquilinos de estos dos edificios, los han dejado traumados. Las cosas que se contaban dentro de este grupo en específico, se recopilan en una serie de relatos que encontrarás más adelante, sin embargo, es necesaria una advertencia.

SÍ TÚ QUE ESTÁS LEYENDO ESTO, RECONOCES A ALGUNO DE LOS PERSONAJES, DEBES PROMETER EN VOZ ALTA QUE NO DIRÁS ABSOLUTAMENTE NINGUNA DE LAS INTIMIDADES AQUÍ CONTADAS, PUES LA "AETA" PUEDE BUSCARTE Y ENCONTRARTE POR ANDAR DE HOCICÓN.
RECUERDA: SON DE AZCAPOTZALCO Y POR AHÍ UNO DEBE ANDARSE CON CUIDADO.
(Los nombres, calles y números fueron cambiados por seguridad de los personajes (y mía).

DURAZNOS 17. Interior 28.

Concho era un tipo desagradable, no por su aspecto físico, sino por su personalidad. Su lenguaje corporal era lo suficientemente agresivo, tenía problemas de ira y también una actitud prepotente ante la vida. Corpulento, moreno y no muy alto, pero rebasaba el 1.75 de estatura, siempre estaba sin playera y dejaba al descubierto un tatuaje de tipo chino con un tigre que le cubría el bicep; de cabello cano y casquete corto, casi lampiño, (al menos en las partes visibles) y con una cara de pocos amigos, que pocos se atrevían a hablarle.

Concho no llevaba una vida ejemplar, nadie sabía de dónde sacaba dinero, pero tampoco se lo preguntaban. Siempre se le podía encontrar en la azotea asomado hacia la calle, no veía nada en particular, pero en su mente parecía que lo hacía ver imponente e interesante. Llevaba una relación con la señora del departamento 3, una prostituta llamada Graciana, cogían dos veces a la semana y él bajaba de su departamento sólo para eso y no intercambiaban más que unos besos y se acababa la interacción, nunca se supo si pagaba por este servicio, pero se decía que Graciana estaba enamorada de él.

Cuando Concho volvía a su departamento, olía todo a jabón, a líquido para trapear y no porque fuera muy higiénico, vivía con su hermana, Bernabé. A Bernabé le decían "la mestro limpio" y es que padecía de Trastorno Obsesivo Compulsivo, su obsesión por la limpieza era desmedida, todo el tiempo lavaba los trastes, los trapos, las jergas, todo el tiempo trapeaba, barría, sacudía y cuando terminaba, iniciaba otra vez. La maestro limpio y Concho no se llevaban particularmente bien, casi no se dirigian la palabra, pero eso no significaba que no se quisieran, a su manera.

Casi toda la vida de los dos era un misterio para el resto, él se dedicaba a pavonearse por todo el edificio y ella, pues haciendo la actividad para la que creía haber nacido. Como en cualquier multifamiliar, había problemas y casi toda la gente decidía culpar a Concho por su apariencia y si algo se perdía, era su culpa, si algo se desaparecía en la azotea, era su culpa. Empezaron a pasar muchos conflictos en el edificio, el vecino del 11 tranceó al casero, el vecino del 9 perdió su bicicleta. Balearon el edificio el 16 de Septiembre por un "ajuste de cuentas", dejaron un muerto y en el imaginario colectivo, todo tenía que ver con Concho, con su pareja o con algo que tuviera que ver o se relacionara con él.

Nadie se atrevía a encarar a Concho, pero empezó a ocurrir una particularidad, en la azotea había lavaderos comunales, cada uno numerado por el departamento al que le correpondía y justamente el del departamento 16, que nadie usaba, siempre tenía miados. Sí, alguien se orinaba en el lugar designado para la limpieza de la ropa; todos sospechron de los niños del 26, los niñitos más conflictivos y maltratados por su madre; incluso todo el mundo sospechó del payaso que salía con sombrero de pluma que vivía a unos cuartos de Concho, pero nadie se atrevió a señalar a Concho de esta acción, en realidad, como era un señor mayor y además de la corpulencia, lo malencarado, ¿por qué Concho se mearía en el lavadero?

La vida se da de una manera extraña dentro de este inmueble, a pesar de ser 43 departamentos, donde en algunos vivían hasta 8 personas y eso parecía un mundo paralelo a la realidad, siempre existía un pequeño rincón para las cosas más raras.

Los días comenzaron a pasar y como los conflictos seguían creciendo, el olor a miado también. Las cosas darían un giro. Un día Consuelo, la administradora del edificio, subió a destender su ropa por la noche y escuchó varios ruidos en las escaleras, emocionada por encontrar al animal culpable de la pipí en los lavaderos, decidió esconderse detrás de la ropa y al ser pequeña y de complexión delgada, no se veía.

Con la linterna de su teléfono celular empezó a alumbrar al fondo y entonces lo vió, con el torso descubierto, poco sensual, su corporlidad tapando casi todo el lavadero, el tatuaje característico en su brazo y bajándose el pants y posicionándose para orinar el lavadero 16, se emitió un:

— ¡YA TE VI, PINCHE CONCHO! - gritó Consuelo. - pero ahorita vas a ver, le voy a decir a la Maestro Limpio, cabrón. No te la vas a acabar, pinche puerco.

Fue así que nunca nadie descubrió qué era lo que sentía Concho al orinar el lavadero, tal vez una cuestión de territorio, finalmente, siempre estaba en la azotea o sólo no encontraba un lugar para marcar, quizá nunca se sintió adapatado en una taza de baño, teorías y teorías, hubo millones de opciones para saber o intentar comprender porqué Concho miaba el lavadero, pero nunca nadie lo entendió. Sólo la vida siguió y sí, la maestro Limpio fue a lavar el lavedero y a quitar los restos de orina que su hermano había depositado constantemente, su novia seguía llenándole de besos y lavándole la cara en el lavadero, tratándolo como si fuera un bebé y bueno, aún se puede encontrar a Concho en la azotea del edificio enseñándo su poco sensual, torso desnudo.


 
 
 

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