No vale la pena…
- Nohemí Fernanda

- 8 dic 2024
- 9 Min. de lectura
"Yo tampoco tengo nada que sentir y eso es peor..." - Juan Gabriel.

Eréndira, no. Eréndira es que verdaderamente no puedes ser más patética. – se decía a ella misma mientras abrazaba su colcha afelpada, acostada en posición fetal y sólo sentía como las lágrimas se le escurrían por toda la cara.
¿Por qué no puedo dejar de pensar en él? Es que tú sabes, no es nada bueno. Solamente fue sexo. Llevas un año, Eréndira, un año rememorando tonterías que, no van a volver o jamás van a volver a ser iguales, pero es que ¿¿POR QUÉ?? – se seguía diciendo a ella misma mientras abrazaba más fuerte las sábanas y se sorbía los mocos.
— (De hecho, llevas dos años) – dijo su voz interna.
Entre sollozos, Eréndira recordaba todas las noches que se había quedado llorando, las veces que los insultos habían llegado a otro nivel. Las traiciones, la falta de confianza, las inseguridades, intentaba recordar todas las cosas malas, en esa búsqueda de auto-convencimiento no encontraba nada que la convenciera que, lo que había pasado hace unos días, no significaba nada. Recordó todas las veces que se besaban, que terminaban una broma juntando los labios, que se sonreían con complicidad. Recordó de todo lo enamorada que estaba, (o seguía), cuánto añoraba regresar a sentir todas esas cosas bonitas y también cuánto quería ser amada.
Si tan sólo pudiera decirle todo lo que siento, si pudiera decirle todo lo que ha significado para mí. A lo largo de estos años de ausencia, siempre pensé que volveríamos. Siempre soñé que iba a volver y lo hizo. Me abrazó, me besó, tuvimos relaciones y nos dijimos cuánto nos extrañábamos, ¿por qué ahora hace como si no existiera?...
Eréndira se quedó dormida y al despertar la mañana siguiente, se miró al espejo. Se miraba la cara hinchada y se reía en su mente de todas las similitudes que podía encontrar con Rocky Balboa al momento de terminar una pelea y el reflejo en el espejo. Hizo pipí y mientras tanto, revisaba las notificaciones en su teléfono. No había nada.
Se dispuso a hacer un café, mientras estaba esperando a que el agua diera el primer hervor, revisó el teléfono de nueva cuenta, nada. Los ojos se le llenaban de lágrimas al recordar y sentir el rechazo, al sentir que no era mirada por la persona que tanto le interesaba y por sentir que, OTRA VEZ, se había entregado en cuerpo y corazón, a la misma persona que la había dejado exactamente igual que en este momento, pero dos años antes.
Eréndira se sentó en una silla con la taza de café en las manos y viendo a la ventana, se dispuso a indagar en su mente todo lo que podría decir, todo lo que había sentido, como si estos dos años de ausencia hubieran sido en vano. ¿Por qué?... ¿Por qué se sentía así, por qué fácilmente caía en las garras del “enamoramiento”?
Recordó entonces que, al quedar arrollada con todos sus sentimientos en el borde de la boca, del corazón y sin absolutamente otra cosa más que su dignidad pisoteada, decidió enfocarse en ella y conoció al que fue su pareja por casi un año. Decidió que era una buena idea iniciar una relación porque el desastre que había sido la anterior, ya tenía un año de haber terminado, (claramente, no pensó que el vaivén de ir y volver, tener sexo y luego destrozarse por pensar que volverían, era el pan de cada día durante ese año), entonces se enamoró.
Lo bastante bizarro en esta relación es que por más enamorada que llegó a sentirse, nunca dejó de hablar de su expareja, no podía evitar contar lo triste que había sido vivir esa historia, lo enamorada que estaba, lo mucho que había querido a todo lo que rodeó esa relación. Durante casi un año, buscó sentir atisbos de ese amor del que tanto hablaba y recordaba, pero nunca fue así. Pasó buscando en su interior, esa explosión de amor y cuando por fin empezó a sentirlo, la ola revolcó todo sentimiento de amor que había llegado a sentir y se enfrentó con un mar de emociones sobre el fracaso, la pérdida y el dolor.
Eréndira estaba perdida entre su propio duelo, su búsqueda de amor interno y aunque amaba a su pareja, nunca sintió esa fuerza irracional de querer arrancarse el corazón para que el otro pudiera sentir un poco de lo que ella sentía. Fue así que empezó a alejarse y en esa ausencia se encontró otra vez, recordó lo mucho que le gustaba salir en grupo, reírse fuerte y no tener que esconderse detrás de la máscara de la timidez para no ser juzgada. Eréndira nunca fue una persona calmada, mucho menos una persona que pudiera encerrarse en un frasco y adaptarse a esa forma hermética para no dar molestias, no. Ella explotaba en todas sus emociones, positivas o negativas y a lo largo de esa relación, sintió un letargo, como si estuviera sedada por el amor que recibía, pero no sabía qué hacer con él.
Después de atropellos y de darse cuenta que no era la forma en la que quería ser amada, encontró un amante. Este amante era más bien parecido al amor que antes había recibido y quizá por eso le gustaba tanto. La adrenalina de estar haciendo algo prohibido, el amor que crecía en desmedida y que la hacía sentir vista, que la hacía sentir deseada y de alguna manera, poderosa. Ese poder de decidir qué tanto y cuándo lo entregaba, el poder de sentir que su amor era recibido y acumulado en una persona, (que evidentemente la iba a lastimar, pero que le daba el sexo más satisfactorio de los últimos meses), Eréndira, como los adictos, decidió quedarse en ese lugar de veneno al corazón y felicidad momentánea, necesitaba algo nuevo, algo que la hiciera sentir que no todo en su vida era estar escondida dentro de un tupper. Necesitaba ser ella quien decidiera si lo que hacía estaba bien o mal, necesitaba ser ella de nuevo, aunque fuera haciendo algo prohibido.
Cuando Eréndira decidió ser honesta y dejar de esconder la personalidad que tanto aplastó para caber en un lugar al que nunca perteneció, encontró que a pesar de haberse encontrado ella misma, perdió todo lo que creyó haber conocido alguna vez. Su pareja, con toda la razón y el enojo del mundo, decidió decirle todo lo malo que pensaba de ella y para su infortunio, le hizo saber que todo lo malo que Eréndira una vez pensó de ella, alguien más lo percibía. Y es que, este acto de cobardía, mezclando las vulnerabilidades para atacar en lo más bajo de su alma, le hizo despertar su monstruo del miedo al abandono, del rechazo que había sentido desde niña y que había sido practicado por su padre.
Sin embargo, esa sensación de control de ella misma, que sintió mientras tenía un amante, fue lo más cercano que sintió al enamoramiento anterior. Creyó que esa lluvia de sensaciones y ese absoluto desconcierto que sentía cada vez que entrelazaba las manos, que rozaban sus labios, que hablaban de sus sentires, era similar a ese amor que tanto añoraba. Aunque este cuento, Eréndira sabía que este venía plagado de una leyenda que –inquebrantablemente– se cumplió: “Lo que mal empieza, mal acaba” y como es claro en las relaciones extramaritales, terminó y terminó mal.
A la par, Eréndira había estado en contacto con lo que ella llamaba “su amor eterno” y es que, cabe aclarar el concepto. Según el cerebro alborotado de esta “adulta”, mezclado con canciones de Juan Gabriel y frases de Niurka, para ella ese “amor eterno” es aquella persona de la que te enamoras y nunca sueltas en tu mente porque sentiste tantas cosas por esa persona, que difícilmente algo se podrá acercar a esa sensación. No obstante, de tener ese concepto envuelto de amor romántico y tantas cosas que había “querido deshacerse”, ese concepto venía acompañado de algo sumamente peligroso, esperanza.
Eréndira vio el tiempo pasar, problemas incrementarse y los tsunamis de crisis internas arrasaban irremediablemente con todo a su paso, hasta que de repente un sencillo…
— Sí, si nos vemos, ahora sí.
Lo cambió, absolutamente TODO, había vuelto como cuando tenía 20 y quería ser la más enamorada del planeta. Eréndira se preguntaba mientras tomaba café y miraba la ventana
¿Hay algo más patético?... ¿Será que estos años en terapia valieron para un carajo?… ¿Será que todavía sienta algo por esta persona?… No sé, pero averiguarlo siempre es una opción.
Eréndira se preguntaba si darle tanto peso a este encuentro era más que una exageración, empezó a sobre pensar y en esa bola de nieve que se incrementaba, entraron los pensamientos de que probablemente, jamás superó a su expareja y no sólo eso, también deseaba regresar fervientemente, (con todas las implicaciones), a lo que habían tenido antes. O mejor no, para qué darle tanto peso a alguien que ya no conoce, que no ha visto en meses, que para qué emocionarse con algo que solamente era “una reunión de viejos conocidos”.
El encuentro sucedió y aunque podemos imaginar cómo se dieron las cosas, Eréndira estaba hecha un desastre en una silla del comedor, pensando en por qué no le hablaba, por qué no le contestaba, por qué no había sido suficiente… Como si las 800 veces que se vieron después de terminar y antes de dejar de hablarse, no le dieran la respuesta de que siempre, SIEMPRE, fue así. Él la buscaba, tenían sexo, rememoraban los bonitos días del pasado, su corazón se encendía y él desaparecía hasta que la necesidad carnal o de atención y cariño volvían a burbujear en él.
No bastaba con la cantidad innumerable de señales que Eréndira se había hecho en la mente, que las cartas le dijeron, que cuando se vieron él dijo y ella dijo. Está más que claro que cuando uno no quiere ver, ni aunque las advertencias te pasen por enfrente. Eréndira no estaba enamorada, sólo quería demostrarse que no era difícil de querer y lo más sencillo era volver a lo conocido, el problema es que, en lo conocido, tampoco le habían demostrado ese amor que tanto deseaba y era muy bobo de su parte idealizar que ese amor había sido perfecto.
Probablemente Eréndira nunca había amado de la manera en que lo hizo con su “amor eterno”, el problema es que a ella no la amaron igual y buscaba poder obtener ese amor que tanto creía merecer y claro, lo merecía, pero no al límite de pedir limosna. Mientras revisaba el teléfono por enésima vez y después llorar por lo patética que sentía, no podía evitar pensar ¿por qué esta vez creyó que sería diferente?, sí los años pasaron, las circunstancias también y quizá el amor no se le había acabado, solamente algo… Algo no cuadraba.
Esta mujer que había construido una personalidad fuerte, de amor propio, de autoestima y ego alto, se desmoronaba cuando este ser vivo regresaba… Necesitaba esa vista, ese regreso, CLARO QUE NO. Tal vez sí, iban a ser personas que se iban a querer por siempre, pero no por eso iban a funcionar juntos, no por eso volver a lo que tenían iba a funcionar y si ella no se limitaba a no sentir que cuando no le responde o le manda mensajes su vida se derrumba… Entonces entendió, se estaba aferrando a lo único conocido, a lo único que no la hacía sentirse dentro de un tupper.
El miedo más grande de Eréndira era perder, no hablo de perder en un juego o la derrota, sino la pérdida de personas, espacios, lugares, sentimientos. Eréndira había perdido tanto, pero casi todo lo que creía que tenía y lo más terrible es que se había perdido a ella misma en el medio y había decidido volver a ese bache emocional, para ver si encontraba algo de sí ahí dentro y no, no era ahí. Sabía que se había equivocado en sus relaciones anteriores, pero esperar a ser querida como ella quería, con alguien que ya le había demostrado que no puede ser así… No era muy difícil, pues 1+1= 2
— No soy novedad… - le había dicho él.
Eréndira dejó la taza de café, abrió la puerta de la casa y el Sol le pegaba en sus pies. Había puesto una canción y en el fondo sonaba: No vale la pena, corazón, es amor de un rato, si siempre yo te veo, corazón, muy de vez en cuando… Empezó a reírse y a decirse Chingá, quién no pasa esto a sus 25 años…
No puedo decir si Eréndira ya aprendió, si recayó y si ya dejará de hacerlo, pero es que siempre es así, cuando más arriba creemos estar, resulta que estás más abajo que nunca y en esta búsqueda de la vida ideal, no se puede hacer otra cosa más que equivocarse e intentar, intentar e intentar de nuevo. Y es que sentía que no se había reclamado mucho a ella misma, en ese afán de búsqueda de sí misma, pensó que volver a lo que le gustaba, volver a esos sentires, la harían más parte de ella. Como moraleja siempre es que ese encontrarse momentáneamente puede marcar un cambio, pero es que, si uno lo hace constantemente, ya no es un cambio y empieza a ser un consumismo desmedido del recuerdo y consumir ese recuerdo hasta tener la esperanza de lo que podría ser, es sumamente peligroso.
Eréndira cerró la puerta, se quedó sentada en el sillón con la taza de café frío y sólo pudo pensar en que ya era momento de cerrar la esperanza del recuerdo y usar es esperanza, de que aún después de esto, estaba ella. Estaba sentada esperando que con la reconstrucción de cada uno de esos pedazos que se le habían caído, podría reclamarse nuevamente como suya, sin la necesidad de rememorar una vez más en aquello que alguna vez había sido y ya no es.




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